Andy Warhol, amable y contradictorio, dedicó su vida a construir iconos. El que construyó de sí mismo es para nosotras su mejor obra.
Icono indiscutible del Pop Art hasta el punto de impeder la vision de algo más. Él lo quería así:
«Si quieres saber todo sobre Andy Warhol, basta con ver la superfície de mis pinturas y películas y ahí estoy yo. No hay nada detrás.»
Su obsesión por el dinero y la fama suele provocar un juicio fácil y rápido pero muchas de sus afirmaciones plantean como mínimo, una segunda lectura.
«Una Coca-Cola es una Coca-Cola y no hay cantidad de dinero que pueda darte una Coca-Cola mejor que la que bebe el vagabundo de la esquina. Todas las Coca-Colas son iguales y todas las Coca-Colas son buenas. Liz Taylos lo sabe, el Presidente lo sabe, el vagabundo lo sabe y tú lo sabes.»
Su exaltación del consumismo nos muestra la faceta más naïf del capitalismo, esa que nos habla de la democratización del consum, las oportunidades para todos y el sueño americano. Y sin embargo, muchos aspectos de su vida y trayectoría plantean el desprecio por el sistema y la sociedad con los que se había lucrado:
«He decidido algo: comercializar cosas realmente fétidas. Enseguida se convertirán en éxito en un mercado masivo que realmente apesta.»
Frases como esta lo hermanan directamente con Marcel Duchamp, cuya postura respecto a la comercialización del arte se sitúa en las antípodas de la de Warhol. O quizá no…
La serie “Altered images” que Christopher Makos realizó en 1981 y que reúne más de 300 retrato de su amigo trasvestido de mujer, emulando el estilo de algunas divas del momento, parece estar tras la pista del alter ego de Duchamp como Rrose Sélavy.
Visto así, Warhol y Duchamp nos parecen cara y cruz de una misma moneda.

«Soy una persona profundamente superficial.»
Warhol fue una persona profundamente religiosa que acudió a la iglesia casi todos los días de su vida, y trabajó como voluntario en diversos albergues para personas “sin techo” de Nueva York.
Esta faceta de su carácter coexiste con la del hombre que exhibe provocativamente su sexualidad y reafirma su personalidad amoral al margen de las élites artísticas del momento. Paralelamente, su obsesión por el dinero marca con precisión matemática el éxito de su carrera.
Al final, es inevitable la sospecha de que había en ese hombre algo no profundamente superficial. Y es que a veces, el mejor modo de preservar algo precioso, es construyendo una gran coraza exterior.
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